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viernes, 27 de mayo de 2016

Fabi Fernández

Academia y Territorio. La importancia de la problematización política de los espacios de investigación

Presentación del Instituto Diana Sacayán (IDS) Rosario
Por La Fabi Fernández


Primerísimo: agradecer. Sobre todo la naturaleza de la invitación de los compañerxs, a quienes debo agradecer la osadía de dejarme hablar. Divagar por cierto.  Agradecer la invitación a participar del Instituto, porque confluyen allí algunas de mis pasiones tristes. La idea de una academia transformadora, de la investigación sobre las prácticas, de las teorías gozosas. La sistematización y evaluación de las prácticas.
También concuerda el espacio con algunos amores, el nombre Diana Sacayán, y la presencia de Martín Paoltroni, quien creo es uno de los mejores periodistas de esta ciudad. Y el enorme respeto que me significa el trabajo de Michelle Mendoza, de Julián Fernández, de Walter Rojas y siempre la presencia de Alejandra Fedele. A todxs, gracias.

El título que hoy me convoca es “Academia y Territorio. La importancia de la problematización política de los espacios de investigación”. Mucho titulo. Yo lo único que quiero decir (y ojalá pudiera decirlo tan poéticamente como Benedetti) es que cuando “ellos” investigan, estudian, buscan fuentes, sistematizan y analizan resultados;  los CONIN son los que se llevan los subsidios. Cuando las multinacionales hacen marketing, se consume fuerte. Cuando los monopolios mediáticos mienten, se les cree. Hacen ciencia también. Producen conocimiento, un tipo de conocimiento, “Nosotros”, trabajamos en territorio. Nos apasionamos, no tenemos tweeter, le mentimos a nuestras madres cuando las plantamos a comer y en verdad, vamos a una marcha; y, con muchas dificultades, nos formarnos en la Facultad. Ponele. 

Hay un mito, bastante extendido, al menos nosotrxs los antropólogos, nos gusta decir que “hay mitos”; esa especie de discurso del “sentido común”, que tiene cierto “carácter verdadero”. Y este mito en particular, habla de la distancia entre “academia” y “territorio”. Hablando de grietas, y de falsas dicotomías, dos categorías demasiado grandes para mí. Sobre todo para la poca experiencia que tengo como “académica” y para la diversa que tengo sobre “el territorio”. Aún así, la invitación a pensar esta especie de dicotomía, que en principio aseguraría cierta “sacralidad” de lo académico y cierta “pureza” de lo territorial, me es un desafío grato. También podría llamarlo “como ser antropóloga y no morir de etnografía en el intento”. Al desafío digo. 

Hablar de lo “académico” para mi, (voy a hacer autorreferencial, porque no se me ocurre otra manera) refiere a la “formación”, a las “formaciones” académicas, a las que nos referimos cuando hablamos de currículas, programas, cátedras, títulos. Hablar de lo académico me reclama  también pensar en la etimología de la palabra academia, akademos –inicialmente Hekademos– era un nombre griego formado por hekás ‘lejano’, ‘distante’ y demos ‘pueblo’, por lo que Akademos significaba ‘lejano del pueblo’. Finalmente el devenir de nuestra “cultura occidental”, lo pone a Platón en el terrenito que supuestamente le habían legado a Academos (un héroe de la mitología griega, buchón de los hermanos Cástor y Polux) y le asegura, además del terreno, la palabra academia para nombrar a ese grupo de putos ilustres que son (casi) la cuna misma de la cultura occidental. Más tarde, ya en el siglo VIII Carlomagno se ocuparía de ligar a “eruditos” con la “academia”. Pero he aquí, que la etimología de la palabra, ya refiere a la grieta. Quizá el sentido común está bien fundado. 

Así las cosas, hablar del “territorio” me hace renegar mucho también. Está el “territorio” para las organizaciones políticas; para el Estado; para el tipo común, para el geógrafo y para el gato (que te deja el futón inservible, porque ese es “su territorio”). En este caso, la etimología de la palabra procede del latín “territorium”, que deriva de “territor” el poseedor de la tierra. Lo más cierto y cercano a mi propia experiencia, es la idea de “un área definida ó delimitada”, es decir, algo con limites definidos. Mi cuerpo, mi territorio. Ponele. 

Toda esta disgregación para terminar diciendo que la academia esta alejada del planeta tierra prácticamente. Y algo de eso debe creer ella de si misma, porque abundan los espacios creados con la intención de acercar la academia a la sociedad (al territorio social) (secretarías de extensión, voluntariados, cátedras libres, de integración, etc). Por ejemplo y para no ir muy lejos, la UNR define a “La Extensión Universitaria (como) un proceso de sociabilización del conocimiento nuevo (científico, tecnológico, cultural, artístico, humanístico) generado en su interior que vincula críticamente el saber científico con los saberes populares, jerarquizando la función social de la Universidad”. No voy a profundizar en esta nueva dicotomía “saberes científicos-saberes populares”, no hoy. Si nos vamos a permitir disentir. O al menos asegurar (si es que existe algo asegurable) que nos vamos a permitir disentir. Creemos (nosotrxs creemos) que no deberían están escindidas. Que no están taaaaaannnnnnnn lejanos, la academia del territorio, digo. Porque la experiencia nos viene diciendo, que esta integración entre academia-territorio, viene dando sus frutos. Esta articulación dialéctica, nos viene dando como resultado, la politización de nuestras producciones mutantes que han derivado en leyes que amplían derechos,  prácticas inclusivas, fenómenos artísticos,  y hasta “mesas”,“áreas” ó “frentes” de organizaciones políticas que ya no pudieron ni pueden, ignorar el carácter revolucionario de la diversidad, la sexual particularmente. Aunque la “inclusión” no es suficiente. 

Hay teoría sin práctica? O acaso la fragmentación del conocimiento, es la táctica y estrategia del sistema normativo capitalista para profundizar la dicotomía entre “academia” (en tanto producción de conocimiento) y “territorio” (en tanto espacio vital de la actividad humana ilimitada). Hay práctica sin teoría? El desafío (en palabras de Ulloa) sería, “dejar de practicar teorías sin conceptualizar las prácticas”.  Me permito además agregar que no hay teorías ó prácticas, que no sean políticas. 

No somos lxs productores del conocimiento verdadero porque entendemos esto. Comprenderlo no lo convierte en acción automáticamente. Requiere de un  aprendizaje, de un proceso de aprendizaje que incluirá prácticas, conceptualizaciones, retrocesos, contradicciones, pero que valdrá la pena intentar para saltar la grieta, para reconocer que esa dicotomía mitológica diluye la lucha, fortalece al poder. El poder de unos pocos. 

El grupo que está llevando adelante esta experiencia hoy, es diverso. Como nuestra historia y como la academia misma. Nutriéndonos de las diversas experiencias de trabajo, académicas, de gestión del Estado y de las organizaciones de la sociedad civil. También como buenxs hijxs de la etnografía, lxs antropólogxs tenemos debilidad por nuestra identidad. Fetiche por la sistematización. Porque escribir nos permite dejar registro. Nos permite no creer que empezamos cada vez que llegamos. Por eso también, hacemos historia. Hacemos memoria. La recuperamos, la re-interpretamos, la mantenemos viva. Decimos capacitación colectiva no formación, decimos dialéctica no metafísica, decimos asamblea no conducción, decimos proceso no definición. 

La organización no es fácil. Pretendemos ser más, más amplios, más políticos, más rigurosos. Trabajar en equipo, respetando las diferencias, construyendo lógicas y dinámicas de trabajo, y posicionamientos políticos,  es sin dudas, el desafío de cualquier grupo. Y si además, ese grupo tiene la particularidad de ser un grupo de académicos, imaginen la sospechosa etnografía que deviene del proceso. Sin embargo, no me atrevería a afirmar que somos “un grupo de académicxs” (si de putos, al mejor estilo de la academia platónica), tampoco que somos un grupo “de territorio”, “territorial”; es decir, nuestra acción concreta no se exhibe en el territorio, salvo a través de sus resultados. Entonces?.  Entonces es en este aglomerado que nos vamos a sentir cómodxs. En esta especie de torta: harina integral, azúcar negro, algo que trans-saborice, y el huevo inefable como elemento cohesionador.  Pretendemos ser academia+territorio. Una torta exquisita.

Fabiana Fernández Licenciada en Antropología - Columnista de la Revista La Tetera - Miembro del Instituto Diana Sacayán de Rosario - Integrante de la Mesa de las Tortas Rosario
Fuente IDS Rosario

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